El papel del discurso científico y la fragilidad del discurso posmoderno durante el Covid-19
El discurso científico en la actualidad cumple el papel
que antiguamente cumplía la religión, que era el “relato o discurso”
legitimador de la realidad, pues ésta daba las explicaciones últimas de por qué
y para qué sucedían las cosas. Las religiones no han desaparecido, existimos
muchas personas creyentes, pero el relato “global” con el que todas las
naciones nos podemos entender, y que se ha vuelto un relato universal, es el
relato o discurso científico.
Actualmente, existe la creencia en Occidente (aunque,
veremos que en cierto porcentaje de la población mexicana no es así) de que la
ciencia occidental todo lo puede resolver, cuando muchos de nuestros “avances”
científicos y tecnológicos han resultado ser de lo más dañino para el ser
humano. Por ejemplo, la comida transgénica que causa cáncer, las medicinas que
resuelven un problema, pero causan otro, el plástico y los gases invernadero,
que está matando nuestros ecosistemas.
Pero estas consecuencias ambientales tienen mucho que ver
con el pensamiento posmoderno que rige nuestras acciones en la actualidad, pues
como dice Claudio Álvarez Terán en su video sobre la cultura posmoderna, la
cultura actual es superficial e individualista: parece que no somos capaces de
ver más allá de nosotros mismos y de nuestros intereses. Vivimos en la cultura
del bienestar, el placer y la comodidad, creemos que la felicidad consiste en
evitar el dolor; la cual es en realidad, una postura hedonista y mediocre, que
no tiene nada que ver con el término clásico de “felicidad” de Aristóteles,
para quien una vida feliz consiste en una vida de acuerdo a la virtud; en el
bien del alma y no en el bien del cuerpo.
Pero, es entendible que hayamos perdido el sentido
original de “felicidad”, así como hemos perdido el sentido original de la
mayoría de los conceptos que usamos diariamente. Así, la descontextualización
de los conceptos y las expresiones artísticas es también una de las
características de la posmodernidad.
En el caso del Covid-19, en México, específicamente,
vemos que hay una incredulidad ante el discurso científico, por parte de muchos
mexicanos; pues he visto algunos videos de mexicanos diciendo que eso del Coronavirus
es un invento del gobierno y que ellos no han visto ningún enfermo ni muerto, y
por lo tanto salen a trabajar como normalmente lo hacen.
Me parece que esta incredulidad tiene que ver con que no
podemos ver al Coronavirus, pero tampoco podemos comprender la enfermedad.
Aunque no soy experta en lenguas indígenas, sé que éstas
son simbólicas, y al igual que en las lenguas orientales, los elementos de su
abecedario no son letras, sino dibujos con un significado simbólico muy
complejo, pue cada símbolo representa uno o varios conceptos.
Los indígenas y muchos mexicanos estamos acostumbrados a
interpretar el mundo a partir de símbolos, y de los afectos que éste nos produce;
afectos cuya materia prima proviene de los sentidos y del cuerpo; mientras que los
europeos están más acostumbrados a racionalizar el mundo, es decir, a
interpretarlo a través del pensamiento. Es por eso que, creo yo, un mexicano puede
decir que no cree en algo que no puede ver, mientras que un europeo podrá decir
que le resulta difícil creer en algo que no puede entender o racionalizar al
100%.
En el caso del Coronavirus, ninguna de las dos
condiciones para creer, se cumplen, es una enfermedad que no podemos entender
al 100%, al menos que seamos médicos, y que tampoco podemos ver (sólo podemos
ver sus efectos si tenemos la desgracia de tener un familiar o amigo contagiado).
Pues, aunque los medios de comunicación y las redes sociales se la pasan
hablando del Coronavirus, parece que hemos perdido la confianza en éstos.
Al final, el Covid-19 constituye una especie de ironía,
porque nos demuestra que NO, la ciencia y la racionalidad NO pueden controlar
todo, y no son la respuesta última. El Coronavirus es una enfermedad que no
podemos ver ni comprender, y que, sin embargo, nos está matando, y no sólo a
los ancianos, inmuno-suprimidos, diabéticos o personas con enfermedades
crónicas; yo he sabido de casos de personas de 25 años que se han muerto. Muy
personalmente, creo que es un fenómeno que nos dice que no sólo lo que entendemos
o lo que vemos existe, creo que es un llamado para que nuestra sociedad
superficial voltee a ver a la filosofía y a otras áreas del saber como
“discurso o relato” legitimador. Pues la filosofía en sí, nunca va dar una
respuesta última, sino que va a generar preguntas y pensamiento, y las
preguntas filosóficas, aunque son las mismas, siempre se renuevan y cambian,
ante una realidad que también cambia y se renueva.
La ciencia no es autosuficiente, su origen es la
filosofía (aunque ahora muchos científicos la quieran ignorar) y necesita de la
lógica y de supuestos metafísicos para funcionar: como que existe la realidad y
que podemos conocerla como es, y, por lo tanto, podemos hacer ciencia. La
ciencia no se puede reducir a enunciaciones lógicas, hay algo más allá, por lo
que se necesita la metafísica.
Conceptos base, como el de “realidad”, son conceptos con
los que trabajan la ciencia y el lenguaje, y éstos fueron y son explicados
desde la filosofía. Por lo tanto, me parecería importante que en todas las
universidades y en todas las ramas del conocimiento y la cultura, se enseñe
filosofía, pues al perder el origen y significado real de los conceptos, nos
estamos perdiendo de la verdadera comprensión de la realidad y la estamos
reduciendo a una sección minúscula de lo que en verdad es. Nuestra vista está
sesgada, como en el caso de los caballos de carreras; vamos a una súper
velocidad, corriendo hacia un objetivo, sin siquiera ver ni comprender nuestra
realidad como un todo, ni por qué vamos hacia ese objetivo, ni cuáles son los
distintos factores que nos afectan como sociedad.
La realidad no se reduce a la comodidad y la auto
adulación a través de una pantalla. La realidad también está hecha de momentos
incómodos y poco placenteros, que normalmente evitamos.
Creemos que la felicidad se reduce al bienestar, a huir
del dolor y a mantener una conducta con el objetivo de agradar a los demás. Pero
esta conducta individualista resulta insostenible, pues establecemos relaciones
personales poco profundas, y ante la pandemia del Covid-19, somos obligados a
vivir algo poco placentero (el encierro), por una cuestión de
corresponsabilidad, que es la responsabilidad que tenemos ante nosotros mismos,
pero también, ante de los demás; porque si salimos a la calle sin tomar las
medidas de protección correspondientes, seremos responsables del contagio de
una o varias personas. Por lo tanto, nuestro egoísmo individualista también
resulta insostenible, pues nos está matando.
Tampoco resulta sostenible ya nuestro sistema económico
neoliberal, en el que el Estado es superado por el mercado, y ya no genera
ciudadanos, sino consumidores en un sistema de libre competencia, en el cual
algunos son ganadores y otros perdedores. Con el encierro; la explotación y lo
esclavizante de los trabajos se vuelve más evidente, pues para algunas empresas
debes estar disponible 24/7. Y este es el lado más amable y privilegiado de la
“esclavitud”, pues los más afectados son las personas que viven al día, y que
no pueden permitirse quedarse en casa, como el señor que vende las gorditas.
Seguro tiene menos ventas, porque hay menos gente en la calle, pero lo peor es
que si se enferma, no tiene un seguro social que lo ampare. Parecería que sólo
sobrevivirán los más privilegiados, lo cual no me parece justo.
También se hace evidente las muchas habilidades que
nuestros antepasados tenían y que nosotros hemos ido perdiendo. Ni siquiera
somos capaces de cocinar (pues todo lo pedimos por Rappi), menos somos capaces
de sembrar, o de curar enfermedades con plantas medicinales; remedios que
usaban nuestros antepasados, pero que, en mi caso personal, he comprobado que
funcionan mejor que las medicinas. Estas habilidades son esenciales en un
escenario apocalíptico, del cual parecemos estar muy cerca si no cambiamos como
sociedad.
Otro síntoma del fracaso de
nuestra forma de vida posmoderna, es que muchos jóvenes ya no tenemos
conciencia histórica ni nos interesa tenerla, pues creemos que ya no hay
linealidad en el tiempo, y, por lo tanto, no hay ninguna meta ni objetivo, no
hay causas ni consecuencias, todo es azaroso. Se dice que se debe generar una
consciencia del pasado para no cometer los mismos errores y para saber en dónde
estamos situados en este momento como sociedad; pero ya no tenemos esperanza en
el futuro, la espera ya no constituye ningún valor, si el mañana es una distopía.
Esta
pandemia también ha dejado ver nuestra predisposición para discriminar “al
otro”, aunque en este caso el otro no sea la mujer, el negro, el indígena, el
pobre, el homosexual, etc., sino el contagiado, el enfermo. Lo cual tiene que
ver, según el filósofo Paul B. Preciado (quien a su vez se basa en Foucault,
Roberto Espósito, Emily Martin y Derridá), con la estructura de las democracias
liberales y patriarco-coloniales europeas del siglo XIX, las cuales constituyen
el ideal del individuo moderno (hombre blanco heterosexual), como agente
económico libre, que no le debe nada a la comunidad, y que cuenta con
privilegios que las demás personas no. Según este sistema, los demás, el otro
(la mujer, el indígena, el pobre, etc.), no son totalmente libres y sí que le
deben algo a la comunidad.
Esta
predisposición para la discriminación se ha hecho evidente en varias ocasiones,
como con el nazismo y sistemas totalitarios, pero pervive aún en nuestras
sociedades, con ejemplos como la discriminación hacia los migrantes, y ahora, la
discriminación hacia los enfermos y los médicos.
Como
conclusión, me gustaría decir, que esta pandemia no es algo positivo ni nos cae
como anillo al dedo, como dice López Obrador, sino que, es una TRAGEDIA, pero
una tragedia que hace visibles muchas de las tragedias que ya vivíamos sin
siquiera inmutarnos, como nuestro ineficiente sistema de salud, la cantidad de
trabajos informales que existen en nuestro país, las pésimas condiciones de
trabajo en muchas empresas mexicanas, la falta de educación sanitaria, la falta
de confianza en los medios de comunicación y en el gobierno, la ineficiencia de
este sistema capitalista neoliberal que nos alimenta con comida transgénica
basura, que nos está causando nuevas enfermedades, y nuestra falta de
corresponsabilidad y solidaridad en muchos casos.
Pero
también hemos visto respuestas positivas: mexicanos que crean máscaras y
tapabocas especiales para prevenir el Covid-19, personas y países que realizan
donaciones, algunas acciones positivas del gobierno como desinfectar las
calles, el buen manejo de López-Gatell, la decisión de construir nuevos
hospitales, los esfuerzos de las escuelas por seguir con las clases, y el que
algunas empresas hayan comprendido la situación y manden a sus empleados a sus
casas.
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